Descripción
Al pueblo de Pachurrucutu llegó un nuevo alcalde. Y con él, sus limpísimos y autoritarios decretos. Junto con la libertad, se clausuraron los árboles y las palomas, el viento y su revoleo de tierra, el colorido de los crisantemos, el olor de limoneros y uvas, los abrillantados farolitos de la murga… Con tanta prohibición, el alma de los pachurrucuteños se inundó de silencio y, esquivando los charcos de agua jabonosa, todos rumbearon para otro lado. Y se fueron, nomás, se fueron… llevándose el Carnaval.